El Vengador Justiciero

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lunes, 29 de marzo de 2010

Sistemas Sanitarios, reformas descafeinadas y cachondeos intelectualoides.

 

Por causa de este post muchos necesitarán darse un paseo por la Tierra Media, para comprender mejor el mundo de los orcos y de los uruk-hai.

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Después de haber leído varios artículos del Sr. Revoredo Chocano (ex compañero mío por un tiempo en la docencia de cierta Escuela de Negocios) en el Diario de Avisos, y algunos editoriales periodísticos de los últimos tiempos (p. ej., el de ABC), cuesta trabajo reprimirse ante tanta americanofilia subliminal motivada por los admiradores del caos importado, encantados con las pajas propias y voluntariamente distanciados de las vigas ajenas.

Parece ser que la reforma “light” planificada por el Sr. Obama también disgusta fuera de sus fronteras, para ser utilizada por los críticos del “Estado del Bienestar” como punta de lanza para importar hábitos corporativistas extranjeros, cuyo resultado es más bien lamentable.

Algunas de las afirmaciones vertidas o sugeridas:

“El Estado del Bienestar se encuentra en la raíz del ocaso intelectual y económico de la Europa Occidental”, cuando se compara con los Estados Corporativos Unidos de América.

Pues va a ser que no. El Estado del Bienestar es uno de los logros más significativos que el penoso siglo XX ha parido. ¿Fuente de problemas? por supuesto, generalmente financieros. ¿Atribuible al oneroso gasto público en el mantenimiento de sistemas asistenciales y contributivos, además de apoyo social? NO. El cáncer que corroe estos sistemas no es la estructura del estado del bienestar, es el uso incorrecto y abusivo del sistema por parte de aquéllos que carecen de conciencia social, y es un problema que es directamente proporcional a la falta de dicha conciencia social por muchos ciudadanos o incluso por el poder político. De ahí que siempre sea pertinente poner el ejemplo de los países escandinavos como modelo (no perfecto) de sistema público de coberturas y responsabilidad ciudadana.

El sistema de seguro privado único como medida de cobertura asistencial de la población es moralmente reprobable y sólo sirve para aumentar las diferencias entre la población pudiente y la desposeída, cosa bien conocida en USA.

Los beneficiarios de un sistema sanitario público gozan de la posibilidad de contratar un seguro privado alternativo y/o complementario, dentro de lo que puedan o quieran invertir. Es un caso de elección posible. Si tal elección no existe, no hay forma de defender éticamente su falta.

Por tanto, no es una cuestión de sustituir coberturas públicas y universales por coberturas privadas y limitadas. Es una cuestión de mejorar los aspectos básicos del estado del bienestar, lo cual implica mejorar el nivel de conciencia social ciudadana y responsabilidad de los poderes públicos.

Las corporaciones y empresas privadas no son instituciones sin ánimo de lucro. Antes al contrario, su misión y leiv motiv es crear riqueza para sus beneficiarios. El lucro derivado de la enfermedad no es admisible en una sociedad civilizada.

“La competitividad y la exaltación de la esfera individual son la base del éxito y de la prosperidad de la nación”.

Algunos de estos autores califican sutilmente el hecho de que casi 40 millones de personas carezcan de cobertura sanitaria como un “incidente” derivado de su falta de adaptación al sistema. Y parece como si, basándose en la falta de información del lector, nos dijeran que como USA tiene el mejor ratio en investigación y desarrollo dentro de las áreas médicas (y, por supuesto, otras), el resto de la población que puede sufragar el caro seguro privado goza de una calidad asistencial maravillosa. Esto es, simplemente, falso. Pueden apuntarse multitud de casos en que el ciudadano medio tomador/beneficiario del seguro médico atraviesa un calvario en muchas ocasiones. Y no debe olvidarse que el 50% de las insolvencias (coloquialmente, “quiebras”) de las familias norteamericanas se debe a la imposibilidad de pagar los costes sanitarios ocasionados por una enfermedad.

En el país donde el 1% de la población tiene más riqueza que el 99% restante, el simple hecho de mantener semejantes sofismas causa risa. No cabe duda de que los afortunados tienen acceso ilimitado a lo mejor y más moderno que se haya estructurado. Sin embargo, el resto de la población existe… aunque a muchos le pese.

Es plenamente admisible que un país (y parte de su población) asuma y acepte que la ley de la selva, la ley del más fuerte y la competitividad extrema son los pilares básicos para alcanzar la felicidad y la realización individual. Cada cual debe ser libre de decidir; preferiblemente si está convenientemente informado de las alternativas. Sin embargo, en cada juego sólo hay un triunfador, un número uno; para él o ella es toda la gloria. El resto pasan al limbo del olvido. Muchos no creemos que esta sea la forma de establecer la felicidad de los ciudadanos.

Y, desde luego, lo que no creemos es que la situación sea para tomar a la ligera, cuando el Presidente electo de la nación más poderosa del planeta salga a la palestra diciendo que impulsa una reforma sanitaria porque su madre, enferma de cáncer, se pasó los últimos 6 meses de su vida al teléfono, discutiendo con las aseguradoras.

Señoras y caballeros, al que les guste este panorama, ya sabe dónde debe hacer carrera.

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